ESCLAVITUD EN RD
La acusación recorre foros internacionales
Por Rafael P. RodríguezSANTIAGO.- La conducción del Estado no es una empresa personal. El personalismo la ha afectado, en muchos casos sensiblemente y de todas las maneras posibles.
Durante el primer período de su agitada presidencia, el del 1991-1995, Jean Bertrand Aristide tuvo la infortunada idea de denunciar a la República Dominicana como un Estado esclavista que afectaba con esa práctica a los haitianos.
Joaquín Balaguer, que gobernaba entonces en este lado de la isla, montó en cólera, como decía Homero de los dioses.
No conforme con la ira a secas, Balaguer procedió a enviarle a Aristide un regalo envenenado:
Deportó compulsivamente, recogidos en campos, aldeas y ciudades del país, a 50,000 haitianos, muchos de los cuales tenían incluso décadas viviendo aquí.
Otros miles de haitianos se fueron voluntariamente ante la presencia de ese tsunami peligroso.
Más de un analista atribuye la inestabilidad que ese hecho produjo en el gobierno de Aristide como contribuyente sustancial de su caída.
Aristide, con una formación importante, obtenida con grandes esfuerzos, dedicación, viajes, lecturas y actuando bajo la condición de primer presidente elegido democráticamente en Haití, tenido como un redentor por los pobres desde la sombrilla de la Teología de la Liberación y a lo que contribuyó, además, su expulsión de la orden salesiana a la que pertenecía, no tuvo la suficiente continencia verbal para medir las consecuencias de sus palabras.
Aristide, conocido como Titide o Tití, nacido en 1953 en Port Salut, presidente en 1991, 1995-1996 y del 2001 al 2004, realizó un curso de noviciado con los curas salesianos en Jarabacoa y se graduó de psicólogo en la Universidad de Haití.
Viajó a Europa e Israel, y era admirado incluso por muchos dominicanos que se mostraron dispuestos a ayudarle a echar pa´ lante a un Haití postrado pero que todavía es un laberinto caótico de voluntades dispersas.
En 1988 atribuyó al imperialismo norteamericano haber sustentado al gobierno despótico de su país y denunció los procesos electorales y dijo que Jesús no podía aceptar que el pueblo pasara hambre.
Ese mismo año fue expulsado de la orden salesiana. Está exiliado en Sudáfrica desde el 2005, después de pasar por la República Centroafricana, a donde fue enviado, llegar a Jamaica e intentar inútilmente de retornar a Haití.
El fantasma del "esclavismo" dominicano mostrado en filmes infamantes y con una parcialidad que parece vengativa y desquiciada en momentos en que cada vez más haitianos encuentran una oportunidad de trabajo digno y de acuerdo a sus destrezas y posibilidades, planea nuevamente como un sucio fantasma por capitales claves del mundo.
Se procura, según parece, una condena a los dominicanos pero también un "exabrupto" al estilo del practicado contra Aristide que permita acciones no confesadas todavía.
El momento es delicado en ese sentido, pues se acumulan factores ominosos cuyo develamiento no puede descartar ninguna acción en contra, incluída la de obligar bajo presiones, públicas y silentes, al Estado dominicano a tomar medidas que favorezcan a como dé lugar el estatus de cientos de miles de haitianos en la República Dominicana, entre otras.
Esto es al estilo lentejas pero con las letras cambiadas: las coges y no la dejas.
Durante el primer período de su agitada presidencia, el del 1991-1995, Jean Bertrand Aristide tuvo la infortunada idea de denunciar a la República Dominicana como un Estado esclavista que afectaba con esa práctica a los haitianos.
Joaquín Balaguer, que gobernaba entonces en este lado de la isla, montó en cólera, como decía Homero de los dioses.
No conforme con la ira a secas, Balaguer procedió a enviarle a Aristide un regalo envenenado:
Deportó compulsivamente, recogidos en campos, aldeas y ciudades del país, a 50,000 haitianos, muchos de los cuales tenían incluso décadas viviendo aquí.
Otros miles de haitianos se fueron voluntariamente ante la presencia de ese tsunami peligroso.
Más de un analista atribuye la inestabilidad que ese hecho produjo en el gobierno de Aristide como contribuyente sustancial de su caída.
Aristide, con una formación importante, obtenida con grandes esfuerzos, dedicación, viajes, lecturas y actuando bajo la condición de primer presidente elegido democráticamente en Haití, tenido como un redentor por los pobres desde la sombrilla de la Teología de la Liberación y a lo que contribuyó, además, su expulsión de la orden salesiana a la que pertenecía, no tuvo la suficiente continencia verbal para medir las consecuencias de sus palabras.
Aristide, conocido como Titide o Tití, nacido en 1953 en Port Salut, presidente en 1991, 1995-1996 y del 2001 al 2004, realizó un curso de noviciado con los curas salesianos en Jarabacoa y se graduó de psicólogo en la Universidad de Haití.
Viajó a Europa e Israel, y era admirado incluso por muchos dominicanos que se mostraron dispuestos a ayudarle a echar pa´ lante a un Haití postrado pero que todavía es un laberinto caótico de voluntades dispersas.
En 1988 atribuyó al imperialismo norteamericano haber sustentado al gobierno despótico de su país y denunció los procesos electorales y dijo que Jesús no podía aceptar que el pueblo pasara hambre.
Ese mismo año fue expulsado de la orden salesiana. Está exiliado en Sudáfrica desde el 2005, después de pasar por la República Centroafricana, a donde fue enviado, llegar a Jamaica e intentar inútilmente de retornar a Haití.
El fantasma del "esclavismo" dominicano mostrado en filmes infamantes y con una parcialidad que parece vengativa y desquiciada en momentos en que cada vez más haitianos encuentran una oportunidad de trabajo digno y de acuerdo a sus destrezas y posibilidades, planea nuevamente como un sucio fantasma por capitales claves del mundo.
Se procura, según parece, una condena a los dominicanos pero también un "exabrupto" al estilo del practicado contra Aristide que permita acciones no confesadas todavía.
El momento es delicado en ese sentido, pues se acumulan factores ominosos cuyo develamiento no puede descartar ninguna acción en contra, incluída la de obligar bajo presiones, públicas y silentes, al Estado dominicano a tomar medidas que favorezcan a como dé lugar el estatus de cientos de miles de haitianos en la República Dominicana, entre otras.
Esto es al estilo lentejas pero con las letras cambiadas: las coges y no la dejas.
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